Hablar de mal comer nos refiere de inmediato a los más pobres del país y del mundo. No es así, casi todos lo somos. Y no hay un único responsable, por un lado, las trasnacionales y sus grandes campañas de mercadeo y la saturación de los supermercados con comida basura; por el otro, nuestro estilo de vida. El peor de todos, la necesidad de comer y no tener suficiente tiempo y dinero para hacerlo sanamente.
El gobierno, ahogado por la coyuntura sanitaria, busca toda clase de distractores. El de hoy es que la gente se muere por ser obesa y diabética, y ellos son así por comer comida chatarra, o basura, término traducido literalmente del inglés “junk food”.
El tema es muy importante. Ha tenido la atención de medios y especialistas desde hace tiempo. Es mentira que hasta ahora haya surgido interés en él.
¿Qué es la comida chatarra? Es lo que comemos para subsistir, básicamente, pero no para nutrirnos. Estos ultra procesados se caracterizan por contener excesos de azúcar, grasa o sal, entre otros ingredientes basura que la convierten en adictiva y económica. Hay que ser cuidadosos con las definiciones para no hacer el ridículo del Congreso local que los definió como “productos de alto contenido calórico”, vaga definición que abarca mucha de nuestra gastronomía. Partiendo de una buena definición no hubiera sido necesario salir a dar tantas explicaciones por todos los medios.
Hace mucho que no sabemos lo que comemos, no podemos confiar en las etiquetas de los productos del súper. La generación actual lo denota muy bien dada su gran obesidad. Los productos que ingieren les provocan placer, necesidad y, finalmente adicción. El azúcar es un producto altamente adictivo y tóxico, en exceso.
Las grandes empresas lo saben y lo han ocultado. Conocen que sus productos no son lo que dicen sus etiquetas. Ni los yogures tienen fruta auténtica, casi nada de leche y enormes cantidades de almidón, ni las bebidas o barras de cereales son nutritivas. Han aprovechado muy bien la falta de tiempo de nuestro estilo de vida para sustituir con basura, disfrazada con seductoras envolturas, los que nos llevamos a la boca.
Es exagerado, pero es probable que niños y jóvenes no sepan ni de dónde vienen los alimentos, todo lo que han visto en su vida son los estantes del supermercado ofreciendo sus productos, con aromas y sabores creados en laboratorio y que, para ellos que no conocen los auténticos sabores naturales, serán su punto de referencia. Estamos cada vez más alejados de la naturaleza, nos molestan los olores a rancho y campo, somos “intolerantes” a la leche natural, alérgicos al gluten, adictos al azúcar y las harinas refinadas, rechazamos el agua natural y preferimos los refrescos.
Las frutas y verduras han sido modificadas para resistir el tiempo, la refrigeración y los días de exposición en las charolas de las tiendas, los pollos, previamente brutalizados, son sacrificados y congelados durante meses antes de llegar a nuestra mesa. La carne de los embutidos es una mezcla desagradable, pero coloreada y perfumada, de toda clase de desperdicios de la industria cárnica.
Y siendo Oaxaca cuna de una gastronomía patrimonio inmaterial de la humanidad no está a salvo de la epidemia de gordura y enfermedad. Por eso, aquí y en el mundo, es necesario empezar a regular a la gran industria alimenticia trasnacional porque, literalmente, la comida ultra procesada nos está matando.
Regular el consumo y evitar que los niños se vuelvan adictos a la comida basura es correcto. Hacerlo por oportunismo político y guiados por el odio ideológico es un grave error por las consecuencias que puede generar.
Al definir los congresistas locales como comida chatarra a la envasada y de alto contenido calórico cometieron tremenda pifia. Se nota que para el oficialismo lo único que hace falta es lealtad y abyección, pero no conocimiento y experiencia.
Si nos atenemos a la definición agregada en la ley aprobada, muchos de nuestras ricuras regionales estarían prohibidas. Y no es que no nos engañen, no somos tontos. Los chicharrines, los tamales, los molotes y quesadillas fritas, el tejate, las tlayudas y muchos productos locales tienen alto contenido calórico. Y la definición no es un secreto, está disponible al alcance de un clic en internet.
Su inclinación ideológica quiso prohibir lo que ellos llaman “las aguas negras del capitalismo”, es decir prohibir la Coca cola, la Pepsi cola, Sabritas y aprovechar para tomar revancha contra Bimbo. No son los niños y su salud, es simple revanchismo.
Queda muy claro que los congresistas locales carecen de los conocimientos suficientes para meterse en un tema de salud tan importante. Prohibir es crear deseo y un mercado negro paralelo. Prohibir en forma específica los productos que ellos consideran capitalistas está prohibido por la constitución porque no puede haber leyes con dedicatoria.
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