Los primeros años de mi infancia los viví en la novena calle de Independencia, allá por los inicios de la década de los 70. Tuve como privilegio el gozar como área de juegos los talleres del diario “Carteles del Sur” que estaban en el número 902, sitio ocupado hoy por el Centro Cultural San Pablo. Mi otro distinguido vecino era el entonces muy deteriorado Teatro Macedonio Alcalá.
En esa calle, a pesar de haber pocas viviendas, había varias familias que fueron nuestras vecinas. Quizá fuimos ocho familias en esos años solo en esa calle. Y las calles de los alrededores también estaban vivas, era común que muchas casas céntricas fueran viviendas a las que se les llamaban “vecindades” con abundancia de niños. La vida se reflejaba en los festejos religiosos, sobre todo calendas, posadas, Semana Santa y otros festejos que contaban con la asistencia de numerosos chiquillos, inclusive de otros barrios.
Esas épocas quedaron atrás y puede señalarse una fecha con precisión: el año de 1987, en que se declaró, por parte de la UNESCO, al centro histórico de nuestra ciudad como Patrimonio Histórico.
Tal distinción trajo una ilusión de una mejoría en nuestro desarrollo económico, un detonante para la mejora local y regional, pero éste ha sido profundamente disparejo y, por supuesto, ha dejado efectos negativos, como el despoblamiento del centro histórico para convertirlo en un centro fantasma y el crecimiento de la mancha urbana sin plan de desarrollo u orden alguno.
Una consecuencia inmediata ha sido la pérdida de la convivencia social y el daño al patrimonio histórico por sus uso intensivo, no solo por los turistas sino por ambulantes y manifestantes de toda clase. La Sección 22 ha sido un verdugo contra nuestro fantasmal centro y responsable, en parte, del despoblamiento de la zona.
Si existiera, no se aplica un proyecto para el repoblamiento de la zona, no existen incentivos de parte del gobierno para que así sea. Las políticas públicas van en sentido contrario contribuyendo a la gentrificación de la zona y abonando a la especulación inmobiliaria. No solo es Oaxaca, cientos de ciudades viven problemas semejantes, pero en otros países, las autoridades están tratando de resolverlo de acuerdo con su contexto particular.
Lo que sí existe es un pesado entramado institucional y burocrático que ha dificultado la atención a los edificios viejos o históricos. Todos estos reglamentos, curiosamente, dan prioridad a los edificios, pero olvidan a las personas, que deberían ser lo más importante. El INAH y el municipio son auténticos hoyos negros en los que se pierden años y dinero en costosos trámites. La reglamentación del uso de suelo es manejada más con un tinte corrupto político-comercial que con un enfoque técnico para la disminución de los problemas en la ciudad.
Dado el énfasis que se le ha dado al turismo en grado extremo, las políticas públicas y los intereses empresariales particulares y de políticos han privilegiado la rentabilidad económica sobre la sustentabilidad social y ecológica. Grandes casonas que fueron vivienda hoy son comercios, restaurantes u hoteles y, todas aquellas personas que las habitaron han tenido que migrar a las afueras, provocando con ello, entre otras cosas, el terrible caos vehicular de las mañanas, cuando vienen a trabajar, y de las tardes cuando vuelven a sus hogares.
La pandemia de Covid nos ha hecho ver el error de cargar todos los huevos en la canasta turística. El año pasado, en que por algunas semanas hubo confinamiento, a plena luz del día, el centro era una zona fantasma, no así los alrededores de la ciudad que, con menor ritmo, continuaron con su vida casi normal de convivencia familiar. No se puede culpar de todo a la “turistización”, pero si tiene responsabilidad.
Al paso que vamos, en que el despoblamiento del centro continúa, corremos el riesgo de convertir a la ciudad en una ciudad museo, que sirve muy bien para fines turísticos, pero no nos sirve a nosotros.
Existen algunos beneficios de la evolución del casco histórico, aunque con algunas deformaciones. Los oaxaqueños están conscientes de su existencia y lo admiran, pero lo toman los jóvenes solo como un centro de diversión, un lugar de bares, cantinas, restaurantes y cafés. Lo importante sería encontrar dentro de nuestro contexto oaxaqueño, la forma de detener el despoblamiento. Este tema debe ser tratado y planeado por las autoridades y nosotros.
La novena calle de Independencia, en donde de niño tuve varios vecinos y amigos hoy está muerta, no vive una sola familia ahí. Algunos murieron, pero la mayoría nos mudamos a otras partes de la ciudad. No se trata de creer que el pasado fue mejor, se trata de tomar consciencia de que no es bueno que se convierta en zona fantasma el casco antiguo. Así como la novena de Independencia está muerta, seguramente ustedes conocen otras muchas calles céntricas en la misma situación.
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