Tampoco se podía olvidar la arquitectura sagrada que servía de fondo a las vidas de aquellas religiosas, inspirada por el mismo impulso hacia lo extremo que llevaba a la exasperación de los sabores ampliada por la llamarada de los chiles más picantes. Así como el barroco colonial no ponía límites a la profusión de los ornamentos y al lujo, por lo cual la presencia de Dios era identificada en un delirio minuciosamente calculado de sensaciones excesivas y desbordantes, así la quemadura de las más de cien variedades indígenas de pimientos sabiamente escogidos para cada plato, abría las perspectivas de un éxtasis flamígero”
Este relato le servirá a Calvino para filosofar acerca del viaje y nos podemos percatar de lo vigente de su reflexión: “…el verdadero viaje, en cuanto introyección de un “fuera”; diferente del nuestro habitual, implica un cambio total de la alimentación, una deglución del país visitado en su fauna y flora y en su cultura (no sólo las diversas prácticas de la cocina y del condimento sino del uso de los diversos instrumentos con que se aplasta la masa o se revuelve el caldero), haciéndolo pasar por los labios y el esófago. Este es el único modo de viajar que hoy tiene sentido, cuando todo lo que es visible también puedes verlo en la televisión sin moverte de tu sillón”
También podemos encontrar estampas de nuestra geografía:
Para el día siguiente se había decidido la visita de las excavaciones de Monte Albán; el guía vino puntualmente al hotel a buscarnos con el coche. En el campo árido, soleado, crecen los agaves para el mezcal y el tequila, los nopales (llamados entre nosotros, los italianos, higos de indias), los cereus pura espina, los jacarandás de flores azules. La calle sube entre las montañas. Monte Albán, entre las alturas que rodean un valle, es un conjunto de ruinas de templos, bajorrelieves, grandiosas escalinatas, plataformas para los sacrificios humanos. El horror, lo sagrado y el misterio son englobados por el turismo que nos dicta comportamientos preestablecidos, modestos sucedáneos de aquellos ritos. Al contemplar esos peldaños tratamos de imaginarnos la sangre caliente que brotaba de los pechos lacerados por los cuchillos de piedra de los sacerdotes…”
A la espera de que cayese la noche nos sentamos en uno de los cafés bajo los soportales del zócalo, la plazoleta cuadrada que es el corazón de todas las viejas ciudades de la colonia, verde por los árboles bajos, bien podados, llamados almendros pero que no se parecen nada a los nuestros. Los banderines de papel y las banderolas que saludaban al candidato oficial hacían todo cuanto podían por comunicar al zócalo un aire de fiesta. Las buenas familias de Oaxaca paseaban bajo los soportales. Los hippies norteamericanos esperaban a la vieja que les vendía el mezcal. Andrajosos vendedores ambulantes desplegaban en el suelo telas de colores. De una plaza vecina llegaba el eco de los megáfonos de una reunión ya concluida de la oposición. Acurrucadas en el suelo, unas mujeres gordas freían tortillas y hierbas. En el quiosco del centro de la plaza tocaba una orquesta trayéndome recuerdos tranquilizadores de una Europa provinciana y familiar que yo había llegado a tiempo para vivir y para olvidar…”
Calvino, I. (1989). Bajo el sol jaguar. PDF
Laurence, D.H. (1942). Mañanas en México. Talleres gráficos de la nación. México.
Toussaint, Manuel. 2013. Oaxaca. Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Edición facsímil.
Patricia Chiñas
Corresponsalía Ing. Alberto Bustamante Vasconcelos