Con un cielo despejado, sin colores sombríos, miles de notas musicales se unían al sonido del asombro y la alegría en el auditorio del Cerro del Fortín, al iniciar la Octava de la Guelaguetza, la máxima fiesta de la hermandad oaxaqueña.
En este sitio sagrado, donde regresaron los ancestros de cada región del estado a través de sus huipiles, sombreros de palma, huaraches de cuero, rebozos y largas trenzas con listones, la ovación evocaba sentimientos de regocijo entre habitantes y visitantes nacionales y extranjeros.
El guardián de los capitalinos poseía desde temprana hora miles de colores y sonidos de violines, marimbas, tambores, saxofones y guitarras, pero también del eco de las risas y del disfrute de miles que abarrotaron el auditorio Guelaguetza.
Al dar inicio a esta máxima fiesta de los oaxaqueños, con el “Dios Nunca Muere”, la cantautora Jacinta Flores recordó por medio del canto el respeto a la tierra, la vida y la muerte: “Pero no importa saber, que voy a tener el mismo final, porque me queda el consuelo que Dios nunca morirá”.
La bienvenida, por la Diosa Centéotl, Juana Hernández López, de Santiago Juxtlahuaca, proclamó la prosperidad y transportó a tiempos ancestrales, donde los saberes se comparten en los tiempos actuales.
Con sus enormes faldas y canastos adornados con miles de flores y figuras, las Chinas Oaxaqueñas hicieron vibrar aún más a las y los asistentes, que no dejaron de asombrarse con los fuegos artificiales y las cómplices sonrisas entre las mujeres de grandes aretes y hombres vestidos de manta que hacían bailar marmotas.
De la sierra mazateca, San José Tenango deleitó con los sones de la tierra de la flor de naranjo y del guasmole, con sus tradiciones plasmadas en huipiles y el bailar de las mujeres con flores en mano.
El compás del violín acompañó los pasos al ritmo de quienes también presumieron el tradicional huipil adornado de franjas rosas y azules, así como bordados de flores y algunas aves multicolor.
En la Rotonda de las Azucenas llegó San Blas Atempa, del Istmo de Tehuantepec, con finos lienzos y huipiles, camisas hechas de manta y huaraches de cuero, que recordaron aquellos tiempos de la fundación del pueblo.
#Entérate | Entre aplausos y ovación llega Flor de Piña a la rotonda de las Azucenas. #Guelaguetza2024. 🍍 pic.twitter.com/8omZh7lwAV
— El Imparcial de Oaxaca (@ImparcialOaxaca) July 29, 2024
En el auditorio, donde se hizo visible la diferencia de los primeros palcos con los últimos, entre filas de sombreros con listón azul y otras donde se pedía evitar obstáculos a la vista, las exhalaciones de gozo o deleite se percibieron en todo momento.
En franca admiración entre delegaciones, llegaron también los sones y jarabes de la Heroica Ciudad de Tlaxiaco de la Mixteca; la cadenciosa danza con los sones de San Agustín Loxicha de la Sierra Sur y los pasos cortos de Tamazulapam del Espíritu Santo, de la Sierra Juárez, con las tradiciones a flor de piel.
De tierra sagrada, donde los dioses bajan para convivir con los vivos y compartir la fe, la alegría y los alimentos, los sones y chilenas de la Villa de Tututepec, de la región Costa, mostraron aquellas danzas con paliacates blancos y mujeres con enredos de algodón blanco hechos en telar de cintura.
De la Cuenca del Papaloapan, la mujer y hombre chinanteco de San Lucas Ojitlán compartieron sus bailes, costumbres y tradiciones con huipiles de lana, al son de la marimba y acorde al bello caminar de las mujeres y a los sombreros de palma y machetes de los hombres.
La admiración y momentos de tensión se vivieron con Santo Tomás Ocotepec, de la Mixteca y su baile de la Aguja, donde miles prestaron especial atención al movimiento de una de las bailarinas que tapada de los ojos tuvo que bajar de la Rotonda y encontrar aquel objeto escondido entre la multitud.
Con Flor de Piña, de San Juan Bautista Tuxtepec, los gritos de alegría no se hicieron esperar al unísono, donde el entusiasmo y el júbilo de las jóvenes mujeres y sus llamativos huipiles, generaron que el auditorio se sacudiera con el vibrar de las voces.
San Vicente Coatlán, el lugar de la culebra y de faldas de colores; Villa Sola de Vega, el pueblo del mezcal y la tierra sin igual, recordaron también la esencia de las tradiciones y las culturas que no se pierden con el paso del tiempo.
Acatlán de Pérez Figueroa, de la Cuenca del Papaloapan, evocó a los ancestros de la comunidad mazateca, tierra de pescadores y agricultores, donde emergen las almas de las profundidades para regresar a la tierra y recordar la tradición del Día de Muertos con máscaras de madera y un ritual de danzas.
Con Teotitlán del Valle con la Danza de la Pluma y Santiago Jamiltepec, la Octava de la Guelaguetza en su tercera edición despidió a miles, que no abandonaron el auditorio hasta escuchar “Viva Oaxaca”.