Sócrates lució una guayabera que hacía resaltar los ojos azules característicos de un felino tipo siamés. A Yoloxóchitl, su humana la vistió como la bebé que es y que se recupera tras haber sido abandonada casi recién nacida. Sus insistentes maullidos alcanzaban a escucharse entre los ladridos de decenas de perros, la mayoría en la celebración de San Ramón Nonato. Es el santo de las mujeres embarazadas, pero en la ciudad de Oaxaca también lo es de los animales.
Hace décadas que en el atrio del templo de La Merced lo común era la bendición de borregos, burros, vacas y toros, y algunos perros. Pero los animales del campo han cedido su lugar en esta tradición a los perros, gatos, las aves, algún hámster, tortugas e iguanas, los animales de compañía.
“No tengo nieto y como no hay nieto…”, le contó una mujer a otra vecina tras bendecir a una perra Chihuahua con traje de China Oaxaqueña. Las risas completaron la conversación frente al templo donde la figura de San Ramón Nonato permaneció como espectadora.
Minutos antes de la bendición, las personas empezaron a a llegar con sus perros y uno que otro gato. Algunos vestidos como personajes de películas animadas, otros con alas o algún sombrero, también con capa roja y una corona para remarcar que en sus hogares son los reyes.
Poco a poco, las decenas de animales ya eran cientos y a esta fiesta se habían unido los vendedores de paletas heladas, de algodones de azúcar y de nieves. Los ladridos eran cada vez más fuertes; y el olfateo de traseros una constantemente, algo habitual entre los canes.
“¿Ya tienes otra?” La amiga, que llevabaa dos perras, le respondía que no: “me la encargaron y la voy a cuidar unos meses”.
La misa frente al templo, programada para las 16:00 horas, fue de apenas unos minutos, pero la demanda de bendiciones se extendió por más de una hora durante una tarde que amenazaba con dejar caer una tormenta. El padre relató todo lo alusivo a la creación de los animales, a la bendición de Dios por haberlos dado a la humanidad y el hacer de su hijo un cordero para la salvación. “¡Cuántas son tus obras, señor!” Tras cada frase venían las respuestas de la feligresía, pero también los ladridos.
Y poco después, comenzó la bendición. Aquellas palabras del padre José Miguel Peralta se transformaron también en reclamos por descuidar al prójimo: “¡Aprendan a cuidar a los seres queridos! ¡Hoy se cuida más a los animalitos que a los seres queridos!”. Pero cada tanto volvían a ser el recordatorio para no maltratar a los animales: “Ahí está nuestro compromiso hoy. ¿Tenemos un animalito y lo maltratamos? Se nos olvida que es una imagen nuestra, criaturas de Dios, de nuestro señor”.
Eran las 5:20 y el padre empezó a cerrar las puertas del templo. Ya sin su sotana, permanecía atento a quienes llegaron tarde para la bendición. Nadie se quedó sin ella, aún cuando arribaron con sus humanos una hora y media después de la cita.
El agua bendita cayó sobre sus cabezas en esta tradición católica que ha cambiado con el tiempo, pero que mantiene su esencia y que solamente se detuvo este sábado cuando aquella amenaza de tormenta se hizo realidad. El padre Peralta había arrojado el agua bendita con la escobilla de palma, pero aquel Dios al que se refirió mandó la lluvia.