Al mejor estilo del comediante Tres Patines, aquel personaje de la radio comedia cubana “La tremenda corte”, para dar título a esta colaboración. Pero no es una ocurrencia, es un problema real que es ampliamente ignorado y que termina, en muchas ocasiones, con fatales consecuencias.
Sin tomar las posturas radicales de quienes de manera despectiva se refieren a los automovilistas como “cochistas” es necesario recordar que, en nuestra cultura occidental somos humanistas, por tanto, la medida de todo es la persona humana.
Sin embargo, cuando se trata de movilidad, lo olvidamos olímpicamente: el rey es el auto y su conductor.
Nada más paradójico que la anual temporada de lluvias en que las calles se vuelven intransitables por la cantidad de baches. Cámaras y micrófonos se dirigen a los automovilistas para darle difusión a sus quejas: se poncha mi llanta, se descompone mi amortiguador o se daña la suspensión. Las voces de taxistas y urbaneros se magnifican para criticar al gobernante en turno, con justa razón, hay que afirmarlo.
Sin embargo, ni cámaras ni micrófonos se preocupan por el peligro mortal que está en las banquetas. No importan las caídas de niños o ancianos, los obstáculos para los discapacitados ni las luxaciones o fracturas provocadas por caídas. Estos incidentes no aumentan el rating, por tanto, se ignoran mediáticamente.
La economía se mueve sobre ruedas, la importancia de calles, carreteras y avenidas no está en discusión, lo que preocupa es que hemos construido un sistema de vida que empoderada al conductor y lo convierte en el amo y señor que, graciosamente, nos cede el paso cuando se encuentra de humor, en caso contrario, pisa el acelerador sin misericordia.
Este sistema ha creado leyes y reglamentos de vialidad no funcionales. A esto agreguemos que el oaxaqueño se caracteriza por el poco capital social con que se comporta, hablando de capital social desde el punto de vista de la sociología.
Calles y banquetas mortales están en el mismo corazón de la ciudad. Ambulantes, coladeras, macetas, motos, autos y toda clase de obstáculos para caminar libremente. Ni el mismo andador turístico se salva. Sus pisos y banquetas de cantera está en muy malas condiciones y las señoras en zapatillas, los niños pequeños y los ancianos son sus principales víctimas. El ambulantaje con sus fierros y estorbos solo es la cereza de la corrupción política del pastel urbano.
No hace muchos años, bajo el mandato de Gabino Cué, se trajeron unas máquinas conocidas como “dragones” para pavimentar la ciudad. Se dieron vuelo en las calles al sur del zócalo y, sin previamente haber levantado el asfalto anterior, aplicaron una torta más sobre la ya existente de tal forma que el nivel de la calle quedó por arriba, o al mismo nivel, de la banqueta, creando con esto un canal o barranco en el lugar en que estuvo la cuneta. Ese canal es mortal, es trampa constante de ciclistas y motociclistas, pero, sobre todo, de personas mayores que no pueden dar un paso largo para saltarlo. ¿Alguien ha dicho algo al respecto? El problema está ahí, es visible para todos, pero no afecta a los autos y camiones, por tanto, se le ignora.
Nadie importante se atreve a ser peatón, al menos en México. La gente importante tiene enormes y poderosas camionetas desde las que no se mira a la gente que camina y los problemas que enfrenta. Si no respeta un cajón para discapacitados menos se respetan los cruces peatonales.
La falta de facilidades para la movilidad peatonal no es privativa de alguna zona en especial, el problema es generalizado y agravado por nosotros mismos que hemos perdido el interés por caminar. La vida va muy aprisa, es cierto, pero en algún momento todos somos peatones.
Las autoridades invierten grandes presupuestos en la difusión de su imagen y de sus obras, pero nada hacen por lanzar campañas educativas que fomenten la creación de capital social, el valor del civismo. El valemadrismo con que nos comportamos hacia los demás es claro ejemplo de que lo estamos haciendo muy mal.
La estadística poblacional nos muestra que estamos en camino a convertirnos en un país de viejos que, así como necesitaremos cada día más geriatras necesitaremos también vías en donde podamos desplazarnos, ya sea a pie, con bastón, andadera o silla de ruedas. Tal vez no lo valoraremos hasta que lleguemos a una edad en que necesitemos de ayuda para desplazarnos.
Al final, si es el Estado. Todas sus políticas viales están enfocadas con miras recaudatorias, por eso mismo, los peatones no proporcionan los ingresos que si dejan los derechos vehiculares y toda la corrupción que gira alrededor de las autoridades de tránsito.
Al Estado no le importa el uso del cinturón de seguridad, el uso del casco, el respeto a los límites de velocidad o a los pasos peatonales, todo lo que quiere es aplicarte una multa para obtener recursos.
Twitter @nestoryuri