Hace unos días, Joe Biden y Kamala Harris tomaron protesta como Presidente número 46 y Vicepresidenta número 49 de los Estados Unidos, luego de meses de gran tensión en la Casa Blanca ante una transición democrática inminente, pero confrontada por un presidente renuente a aceptar su derrota e irse. Sin duda, ha sido uno de los cambios de estafeta más polémicos en la democracia de EE.UU., el país más influyente en la geopolítica mundial del siglo XX y aún en el XXI, que hoy está dividido entre un electorado reactivo al miedo, entre una parte que ha reavivado creencias de la supremacía blanca y heteropatriarcal, versus la otra mitad del país que no está dispuesta a tirar por la borda la larga lucha que ha librado su pueblo por los derechos humanos.
De todas las imágenes que han circulado en estos días, me quedo con una más que contundente, que representa un gran parteaguas: Kamala Harris al frente de un tapiz con los 48 hombres que en toda la historia de la democracia norteamericana han ocupado la vicepresidencia. Por esta razón las mujeres del mundo celebramos la llegada de una mujer de probada capacidad, la abogada Kamala Harris, hija de inmigrantes, distinguida por su política a favor de los migrantes, su lucha contra el racismo estructural y su convicción por los derechos humanos y las libertades civiles.
Atinadamente dice el Washington Post que Kamala D. Harris ahora puede añadir a su impresionante currículum el título de “quebradora de techos de cristal”, y además ha elegido bien sus símbolos, como los tenis converse y la indumentaria totalmente violeta, en tributo a las sufragistas norteamericanas, luchadoras infatigables de los derechos de las mujeres. A 100 años del reconocimiento del voto en su país, Harris será la primera mujer vicepresidenta, la primera no blanca, siendo hija de madre india y padre jamaiquino. Es importante decir que el 91 por ciento de mujeres afroamericanas votó por el partido demócrata, el porcentaje más alto en cualquier grupo étnico, esto habla del gran peso que tuvo ese bloque de mujeres que durante siglos han sufrido la triple discriminación: de género, racial y económica.
Su triunfo llega como una bocanada de aire fresco a una sociedad polarizada para recordar el espíritu de libertades y derechos en los que se funda el sistema político norteamericano, aunque Kamala Harris sabe bien los grandes retos que afronta el país vecino de cara a su política exterior: el fortalecimiento de su mercado interno, la agenda migratoria pendiente, y la crisis de la pandemia; así como las que afronta ella en lo personal: las reacciones racistas, patriarcales, y anarquistas que se han manifestado y seguramente no cejarán ahora que ella está en un puesto de tanto poder.
La violencia política por razón de género no tiene fronteras ni nacionalidades. En campaña la vicepresidenta fue acosada en Texas, por una caravana de hombres simpatizantes del presidente Trump, quien celebró dicho comportamiento violento. Pero la fuerza del feminismo también es trasnacional, y desde diferentes latitudes Harris cuenta con el respaldo de millones, que sin ser estadounidenses vemos su triunfo como una señal del inicio de un mundo pintado con el violeta de la igualdad con el que soñamos.
Aunado al triunfo de Harris, que incluso algunos medios señalan podría convertirse en la primera presidenta de Estados Unidos, las mujeres celebramos que por primera vez el 25 por ciento del Congreso estará representado por mujeres. Increíble que apenas hablemos de un cuarto de la Cámara de Representantes de la aquella súper potencia, pero no menos meritorio en significado.
El mensaje de esta elección es poderoso: el tiempo de las mujeres ha llegado. Por hoy, me quedo con la frase de Kamala Harris que ya ha hecho historia: “Soy la primera mujer en este cargo, pero no la última, porque cada niña que nos mira hoy ve que éste es un país de posibilidades”.