Es necesario iniciar hoy con los graves hechos que están sucediendo en México. Han sido asesinados cinco, o seis según la versión, periodistas en menos de dos meses de este año. La delincuencia ha roto todos los récords y, lo más grave, la abierta violación a las leyes por parte del propio presidente.
Las calles lucen normales, hay tráfico, las tiendas están abiertas y la gente en apariencia hace su vida normal. Tampoco se trata de las hordas de normalistas cometiendo toda clase de delitos. Lo de hoy, el abierto rompimiento del Estado de Derecho por parte del presidente López Obrador es mucho más grave. Tan grave que podría ser el arranque de un régimen dictatorial. No solo amenazó directamente a un periodista incómodo y reveló información privada, también abiertamente se ha dedicado a hacer propaganda de sus “programas sociales” en una temporada que la Constitución lo prohíbe estrictamente debido a la veda electoral por el inútil ejercicio de la revocación de mandato.
La frase lapidaria de Ricardo Flores Magón, desgraciadamente, podría cobrar vigencia: “La Constitución ha muerto”.
México tiene graves problemas, pero Oaxaca tiene los suyos propios, menos relevantes en el ámbito nacional, pero muy trascendentes en la vida local.
El tema del ambulantaje permanece en el aire y, ellos y sus líderes están buscando la forma de legitimarse para justificar la apropiación del espacio público.
La socióloga Noelia Ávila Delgado investigó los conflictos por el espacio urbano y publicó en 2018 el ensayo: “Dinámicas del comercio ambulante en el centro histórico de Oaxaca”. En este trabajo usó un enfoque geográfico-relacional de la teoría de las “geometrías del poder” de Doreen Massey, teoría de clara influencia marxista.
Efectivamente, el ambulantaje debe ser abordado como un hecho económico en donde intervienen factores de producción capitalista. No comparto con la Dra. Ávila el hecho de asimilar históricamente la cultura prehispánica de los tianguis con la actividad actual del ambulantaje que es más bien mafiosa. Estamos hablando de tiempos históricos muy distintos y de actividades que no tienen más relación que ser una actividad comercial, porque culturalmente están en las antípodas una y otra.
Las viejas tradiciones de tianguis se celebran desde hace siglos, el ambulantaje que conocemos hoy es producto de las crisis económicas provocadas por el populismo y el dispendio de los gobiernos irresponsables de Luis Echeverría y López Portillo. Fueron las crisis que ellos provocaron las que llenaron las calles de mendigos, traga fuego, payasitos y vendedores de todo tipo.
Los tianguistas son, casi siempre, pequeños productores que llevan sus artículos a los centros económicos para “mercar” por ellos mismos. Es una tradición llena de vicios en que, casi siempre, el pequeño productor es vulnerable ante el poder económico de los coyotes. Ya sean productores de hortalizas, de artesanías de barro o carrizo, textiles y muchos productos más. Ejemplo de tianguis lo tenemos cada semana en Tlacolula, Zaachila, Ocotlán y muchas comunidades más. Es un día a la semana, llegan, venden y regresan a sus poblaciones.
El ambulante ya no lo es, sus puntos de venta son fijos y hasta dejan sus puestos colocados día y noche. No se trata de una actividad de emergencia, ahora es un modo de vida holgazán en que familias completas, como el caso de los triquis, se dedican a esa actividad en la que no producen nada, solo comercializan productos que atentan, en muchas ocasiones, contra los propios productores locales al inundar las calles de productos pirata, de contrabando o robados.
Haber sacado el tianguis que durante siglos se colocó alrededor del zócalo de la ciudad era necesario. Motivos sanitarios son suficientes por si mismos, como nos lo confirma la pandemia actual y las que vendrán en el futuro. La conservación del patrimonio es otra razón de peso, aunque lo consideren un asunto burgués.
El derecho al trabajo invocado por los vendedores que han privatizado nuestros espacios públicos es una simpleza que debe ignorarse. Este derecho está debidamente regulado y las actividades comerciales también. Nadie les impide trabajar, pero deben hacerlo con respeto a los derechos de los demás.
Contrario a lo que dicen los líderes, no dan vida y color a las calles, traen caos e inseguridad. Y, tomando como ejemplo el régimen cubano como modelo marxista, en esa tierra serían considerados despectivamente, además de “gusanos”, como despreciables “cuentapropistas”.
Otra cara del ambulantaje es política. Apenas el jueves pasado el PRI, Alejandro Murat y Alejandro Avilés, llevaron a miles de ellos como acarreados a su mitin en el auditorio Guelaguetza, en donde, para variar, protagonizaron una riña.
El final de este sexenio populista lanzará, nuevamente, a millones a las calles empujados por la pobreza, y no será culpa del neoliberalismo porque AMLO ya lo sepultó.
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