Tras la jornada electoral de este domingo 2 de junio, la consolidación de la democracia mexicana está más vinculada a una nueva cultura cívica que a reformas electorales. Deberá orientarse más a modificar las prácticas y las actitudes de la clase política que a replantear o reconstruir los modelos y los diseños institucionales.
Debemos insistir que la ciudadanía que participó como Observadores y Observadoras Electorales fueron una pieza clave para la vigilancia, la transparencia y la legitimidad de la jornada electoral. Su presencia fortaleció nuestra democracia al exigir un comportamiento ético y apegado a los principios que rigen la actividad electoral de todos los que intervenimos en la organización de los comicios.
No menos importante fue el papel de las y los funcionarios de casilla, por lo cual debemos reconocer ampliamente el compromiso de las personas que aceptaron participar en las mesas directivas de casilla el día de las elecciones. La participación ciudadana en los procesos electorales ha sido fundamental, ya que es la ciudadanía la que en primera instancia, participa como capacitadoras y capacitadores asistentes electorales y supervisores electorales, y después, como funcionarias o funcionarios de mesa directiva de casilla.
Para una democracia sana es crucial el entendimiento de que el espacio público es el escenario en donde se da la exigencia de demandas con el respeto de las diferencias. La democracia implica y significa por definición deliberación constante, debate, diálogo, conversación; no se impone, se debe dar en el marco de un conjunto de derechos reconocidos por todos.
La democracia no representa simplemente ir a votar, sino quiere decir derecho a participar en la vida pública, derecho a ser representado, pero también a educación universal, pública, gratuita y de calidad; a una salud universal; al esparcimiento y al espacio público.
Desarrollo urbano
Debido al crecimiento urbano anárquico que se ha presentado en las ciudades, es necesario tomar decisiones transformadoras que respondan a la nueva agenda urbana, al desarrollo sustentable y mejor calidad de vida para los ciudadanos.
Un aspecto esencial es lo que se conoce como ciudades amigables con los mayores, aquellas que diseñan y adaptan su entorno para que sea válido para cualquier tipo de persona, independientemente de su edad o capacidades.
Es decir, ciudades sin barreras, diseñadas para la diversidad, inclusivas y cohesivas. Esto se tiene que trasladar a áreas tan diversas como la infraestructura vial y de transporte, que debe ser accesible y segura, y el acceso a cualquier edificio.
Ante la irrupción de nuevos sistemas de transporte como bicicletas o patinetes, las ciudades deben tener en cuenta que el espacio público también es utilizado por aquellos ciudadanos de más edad que ya no tienen la misma agilidad física que los más jóvenes, más propensos a emplear estos nuevos transportes. O que quizá no se sientan tan cómodos utilizando medios de transporte compartidos para los que es indispensable usar una aplicación móvil.
Estas ciudades amigables con los mayores también se preocupan por tener bancos en las calles o instalaciones que permitan a las personas mantenerse activas, conectadas y capaces de contribuir a la vida económica, social y cultural.
Algunas ciudades han creado barrios diseñados específicamente para los mayores, pero la mayoría de las personas quieren ser capaces de envejecer en el lugar que elijan y no verse desplazados.
Este desplazamiento no tiene que ser necesariamente físico. En ocasiones, las personas mayores sienten que hay ciertos comportamientos y actitudes negativos hacia ellos. Es cierto que muchos sienten que son respetados, reconocidos e incluidos, pero a veces experimentan una cierta falta de consideración en la sociedad. Por eso las ciudades pueden promover actividades intergeneracionales para que las generaciones más jóvenes y mayores aprendan unas de otras.