Para construir una nación debemos dar individualmente lo mejor de nosotros mismos a la persona que tenemos enfrente, en el momento en que la tenemos enfrente, porque, tal vez nunca la volvamos a ver.
Séneca le decía a su hijo: “Yo te conjuro a tomar el único camino que puede conducirte a la felicidad; no vaciles en rechazar, en despreciar, todos los bienes que brillan con luz prestada; no busques otra dicha que la verdadera y goza de ella como de cosa propia.”
Leyendo a Rómulo Gallegos en su libro: Doña Bárbara, encontré el relato de un padre que recorre con su hijo unas ruinas, que yo visualizo como las nuestras de Mitla, de Monte Albán y de Yagul, el joven pregunta asombrado: ¿por qué aun están en pie estos vestigios de grandeza, de cultura, después de tantos siglos; después de haber sufrido los estragos devastadores de tantos terremotos; de estar expuestas a la erosión del viento, de la lluvia, y de la destrucción por la mano del hombre? El padre le contesta con firmeza: están en pie porque los hombres que las construyeron estaban conscientes de que estaban construyendo una nación; el material que usaron era realmente de primera; los constructores tenían verdaderamente los conocimientos, el talento y la experiencia necesarios y trabajaban en equipo como si fuera un solo hombre.
La vida siempre es la esperanza de un futuro mejor, un rayo de luz que debe iluminar como un sol, una oportunidad para ser mejores en lo que hacen. Deben definir de manera clara, breve y sencilla qué es lo que quieren de la vida y a partir de este momento sabrán que camino deben seguir.
Son los detalles pequeños los que llenan nuestras vidas y para trascender es necesario que sucedan hechos extraordinarios, que estemos allí en ese momento, que coincida nuestra preparación académica y madurez como personas para aprovechar la circunstancia inesperada que cambie nuestras vidas para siempre y nos permita ir realmente más allá del tiempo y el espacio.
La vida es la suma de muchas oportunidades y el éxito o el fracaso depende del uso que le demos a cada una; es esencial que las percibamos, pero principalmente que las aprovechemos; que hagamos algo con nuestra vida, que cambiemos permanentemente para mejorarla.
Se logra con la fuerza de voluntad, consciente del momento que estamos viviendo y de la misión que debemos cumplir. Para nuestro bien y el de la familia debemos saber qué queremos, cuál es nuestro objetivo y encaminar todas nuestras acciones hacia su logro.
Una vez encontrado el camino nos obligamos voluntariamente a compartir con los demás la parte de verdad que vayamos alcanzando; a contribuir en la medida de nuestros conocimientos al bienestar de los demás; no tiene caso pasar por este mundo sin dar sabor a nuestra vida y a la de los demás. Vivir sin pensar, y peor aún, sin actuar; sin provocar resultados, sin aportar nada de nada a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. Vivir así es un desperdicio.
Para alcanzar el éxito, en el renacimiento de cada día se requiere de la esencia, de lo mejor de cada uno de nosotros; reinventémonos a cada instante, seamos mejores, seamos un ejemplo.
Como seres humanos seamos extraordinarios; nuestra vida es una suma de valores. Alimentamos nuestro cuerpo cuando menos tres veces al día, debemos alimentar en todo momento nuestro espíritu. Debemos creer en nosotros mismos.
La calidad profesional no solo se debe tener, se debe demostrar; el principal enemigo del hombre es él mismo, seamos leales con nosotros, con nuestra familia y con nuestro trabajo; el ejercicio profesional implica el compromiso de ser integro, capaz, propositivo.
Sepamos de una vez por todas quienes somos, de dónde vinimos y hacía dónde vamos. Gnothi seautom decían los griegos y los romanos: nosce te ipsum; conócete a ti mismo. Conócete a ti mismo y mejórate.
Debemos ser diferentes en lo que hacemos; pensar y actuar de manera estratégica; conservar nuestra ventaja competitiva, construir sobre valores sólidos aprendidos en la familia, fortalecidos en las aulas y trasmitidos en el ejercicio profesional.
La lealtad debe ser uno de nuestros valores más arraigados; lealtad hacia la tierra que nos vio nacer, en dónde trabajan, de dónde viven; lealtad hacia los negocios y empresas públicas y privadas, pequeñas y grandes.
Lealtad hacia los oaxaqueños y hacia las oaxaqueñas, por supuesto. Para bien de todos, en el 2024 sigue siendo la mujer, quien más, el eje central de la casa, de la familia y ahora también del negocio.
Los oaxaqueños tenemos la fortuna de contar con uno de los mejores climas del mundo; un Centro Histórico y una ciudad virreinal que es Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Tenemos costumbres, tradiciones, arte popular; disfrutamos de recursos naturales como el Árbol de El Tule, las playas de Huatulco y Puerto Escondido; zonas arqueológicas dignas de ser conocidas y admiradas por el turismo más exigente; contamos con una red carretera y aeroportuaria que comunica a todos los puntos del interior del Estado con la capital del país, con otros estados y con el mundo.
La estrategia es ser congruente con nuestras palabras, con los valores que vamos aprendiendo y que debemos poner en práctica para que sean útiles a la humanidad, a la familia y a nosotros mismos.
castilan.gerardo.castellanos@gmail.com