¿Cuáles son las fracturas que provocan los cambios históricos en la política, la economía o las tecnologías?, ¿es el pasado mejor que el presente? y ¿cómo el arte puede echar mano de los desechos? Para Francisco (Cisco) Javier Jiménez Hernández (Morelos, 1969) estas son preocupaciones esenciales en un trabajo impregnado por la nostalgia. Y como muestra, la pieza Doble arqueología, con la que obtuvo uno de los tres premios de adquisición de la Bienal de Pintura Rufino Tamayo, en su reciente edición.
“Siempre la nostalgia manda a llamar al pasado”, dice Cisco, que en una pintura de 193 por 132 centímetros recurre a “otras formas de vida que ya no son tan vigentes”. Por ejemplo, aquellas de las culturas prehispánicas de México, de las que en lo tangible quedan ruinas, o las de hace unas décadas, cuya historia está marcada por la tecnología obsoleta, como los discos LP que parecen ser una especie de vestigios arqueológicos.
Con pintura acrílica sobre madera que alguna vez sirvió de empaque para piezas automotrices, así como un marco hecho con restos de una construcción, Jiménez Hernández habla de una doble arqueología. Esta se expresa en un “muestrario de símbolos y objetos que tienen que ver con un doble pasado que sufrimos los seres humanos”.
El primero, visto en el pasado prehispánico, en la estética e imaginería heredada por civilizaciones que desaparecieron, pero de las “que nos quedaron artefactos, ciudades en ruinas, esculturas… manifestaciones artísticas, y que a partir de ahí uno trata de entender significados de la propia cultura”.
El otro, correspondiente a la tecnología obsoleta reciente (como la radio grabadora y los tornamesas, el disco LP, los casetes, los botones, entre otros), de la que se tiene una añoranza, pues “todo es virtual, táctil”.
Esa nostalgia a la que recurre Cisco es también un recurso para reconocer que en México hay “una cultura poderosa, un pasado increíble, invencible, pero que el sistema actual nos hace olvidarlo”. Y que, no obstante, dice el autor, es un tiempo que está ahí, del cual “tenemos mucho que aprender”.
“Esta obra es como un grito desesperado que trata de decir: el pasado está ahí, aprende de él”.
Así como Jiménez ve un pasado “vivo”, la pintura —eje de la bienal que desde 1982 se desarrolla por iniciativa del fallecido Rufino Tamayo— también lo está.
“Definitivamente, la pintura está tan viva y la prueba es que hay mucha participación”, expresa el premiado en la bienal que ve como una de las “poquísimas oportunidades que quedan en este país donde la pintura puede hablar, donde puede tener una arena, un espacio para mostrarse, manifestarse y ser reconocida” y a la cual “el mundo del arte tiene que cuidar”.