“Era tanto el estrés que sudaba nuestra cara, se opacaba todo y no podíamos ver”, relata Leticia Osiris Castro Reyes, médica intensivista del Hospital Regional de Alta Especialidad de Oaxaca (HRAEO), mientras recuerda su primer encuentro con un caso grave por Covid-19.
En la sala de juntas del área de Enfermería de este nosocomio, la mujer toma un largo respiro mientras contiene el llanto y pasa sus manos por las mejillas, que limpian el recuerdo del miedo y el estrés que sintió al pensar en su familia y estar tan cerca de una enfermedad de la que se hablaba mucho, pero se conocía poco.
En este Hospital donde se atendió el primer caso grave de Covid-19 en el estado, Leticia es una de las tres mujeres intensivistas del área crítica, de un total de 10 especialistas que a diario atienden pacientes graves por este nuevo coronavirus.
“Teníamos miedo”
Desde 2010 la egresada del Instituto Nacional de Neurología labora en el HRAEO, donde las dudas y el miedo de los primeros meses de la pandemia, se convirtieron en cansancio y después en experiencia.
Originaria de Oaxaca de Juárez, la mujer de 44 años de edad recuerda las constantes preguntas que tenía de la enfermedad, al igual que el resto del personal médico, de enfermería y camilleros, entre otros más del área de terapia intensiva del Hospital ubicado en San Bartolo Coyotepec, a media hora de la capital oaxaqueña.
“Fue una situación difícil porque no sabíamos a qué nos estábamos enfrentando; cómo nos íbamos a proteger y cómo íbamos a atender a nuestros pacientes”, señala la doctora que participó en varios simulacros para conocer cómo se recibiría al primer caso, luego de que el país notificara sus primeros contagios de Covid-19.
Para Leticia, los constantes ensayos en la puesta y el retiro del equipo de protección al ingresar y salir del área de terapia intensiva, le permite a ella y sus compañeros trabajar sin contratiempo alguno a la fecha, libres de contagios entre los mismos especialistas.
Durante estos meses de pandemia el personal que ingresa al área crítica debe bañarse para poder salir, como parte de un protocolo de seguridad para no poner en riesgo a los mismos trabajadores y demás pacientes.
El equipo médico ingresa con batas y pijamas desechables, gorros, cubrebocas N95, gogles, caretas, botas y guantes. Cuando salen deben quitárselos, desecharlos o lavarlos, previo a ingresar a las regaderas.
“Mi familia, el primer pensamiento”
La médica intensivista del turno matutino explica que esta nueva enfermedad no se comporta como otras neumonías atípicas, pero de la cual se aprende todos los días.
Leticia cierra los ojos por algunos segundos y de nuevo retrocede hasta aquel día cuando la cara se llenaba de sudor y opacaba los lentes que tenía que limpiar con gotitas de jabón.
“Sabíamos que era el propio estrés el que estaba haciendo que sudáramos de más; también el miedo”, señala la también esposa y madre de familia, quien tuvo que dormir en un cuarto aparte durante tres meses, ante el temor de contaminar a su hijo de cuatro años o su esposo, médico cirujano y también trabajador del HRAEO.
“Veo el sufrimiento de cada familia”
Durante más de siete meses de la emergencia sanitaria, Leticia ha visto el sufrimiento de cada familia cuando ingresan a sus seres queridos al área de terapia intensiva. “Qué más quisiera uno dar buenas noticias todo el tiempo, pero hay veces que el organismo de cada persona es distinto”, dice.
Incluso señala que la población joven se siente segura ante este nuevo coronavirus, al creer que ante un posible contagio no tendrá síntomas graves, sin conocer que en los nosocomios también llegan jóvenes con serias complicaciones o que podrían contagiar a sus padres o abuelos sin darse cuenta.
Una vez que los pacientes ingresan al área crítica del Hospital, no vuelven a tener contacto con sus familiares sino por medio de videollamadas que de manera reciente implementó el nosocomio.
Leticia señala que esta forma de comunicación se realiza cuando el familiar o el paciente se los piden, sobre todo cuando este último tiene mayor probabilidad de fallecer.
“Hemos tenido casos donde piden ver a su familia por última vez y despedirse. Veo ese dolor y por eso pido que la población se cuide”, señala la mujer, luego de recordar a aquellos pacientes que lograron superar la enfermedad, pese a que llegaron en malas condiciones y con pocas esperanzas de vida.
“Los momentos más bonitos es cuando el paciente empieza a despertar y empezamos a comunicarnos con la familia. Es necesario que se les dé un tratamiento oportuno y no dejarlos que estén con esa fatiga respiratoria por mucho tiempo, porque ellos mismos se autolesionan el pulmón”, consideró.
Junto con otras dos médicas intensivistas, Zoila y Berenice, ambas también madres de familia, Leticia sabe que pese al riesgo constante de enfermarse, siempre demuestran su entrega como profesionales.
“Todavía hay cansancio, pero ya nos adaptamos bastante bien; vemos en esta enfermedad una oportunidad de experiencia y aprendizaje. Es agotador, pero con mucha satisfacción”, agrega Leticia, quien sale del trabajo a las 15:00 horas, llega a su casa, cocina y apoya a su hijo en las tareas, entre otros pendientes del hogar.
Tanto ella como el equipo del área crítica vivió momentos de discriminación durante los primeros meses de la pandemia, al notar que muchos de quienes conocían sus áreas de trabajo se limitaban en acercarse a ellos o hablarles, por miedo al contagio.
Aunque el constante contacto con los pacientes Covid es de todos los días en este nosocomio, con un ocupación del 100% a la fecha, Leticia reconoce que en ocasiones se ha alarmado por alguna tos que de repente aparece, pero cuyo resultado negativo la calma y le hace notar que puede ser el estrés o la preocupación.
“A nosotros nos gusta nuestro trabajo, pero también tenemos riesgo de infectarnos. Tenemos una familia, hijos o padres que nos esperan; las personas deben comprender que estamos dando nuestro mejor esfuerzo, ellos también deben hacerlo cuidándose”.