Lorenzo Armendáriz se inició como fotógrafo entre 1984 y 1985. Fue de manera autodidacta, pues recuerda que entonces no había escuelas de fotografía en el país y el oficio que ahora ya se considera un arte o una forma de vida eran meramente un pasatiempo.
Había egresado de Turismo en una universidad de Monterrey, Nuevo León, pero la inquietud por viajar lo llevó casi al otro extremo del país para hacer su tesis. Se fue a San Cristóbal de las Casas, Chiapas, específicamente a la comunidad de mayas tzetales de Tenejapa.
Yo quería expresarme de una manera artística, lo que veía y sentía”, cuenta Armendariz, nacido en San Luis Potosí (1960) en unas vacaciones familiares, pero que se considera originario de Matamoros, Tamaulipas, en donde creció y vivió hasta sus casi 20 años.
Pero como Matamoros es una ciudad fronteriza de agricultura e ingenierías, vio en la carrera de turismo lo más cercano a la fotografía, a la posibilidad de viajar. Fue así como decidió irse a Chiapas, interesado en el contacto con las comunidades indígenas, a partir de una investigación sobre el turismo cultural en estas poblaciones.
Ese viaje fue de los primeros que marcaron su trabajo, el que ahora presenta en la ciudad de Oaxaca con la exposición “La gente que viaja: gitanos sin fronteras”.
Al mismo tiempo, ese viaje marcó la pauta de una búsqueda personal y profesional, y que lo llevó a reencontrarse no sólo con sus raíces tirando de la historia de su abuelo sino a desarrollar su propio lenguaje y temas. Aquel joven que entró pronto a trabajar en el entonces Instituto Nacional Indigenista (ahora Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas) creó un camino vinculado con las festividades y formas de vida en comunidades indígenas.
Me sentía muy cómodo por trabajar en intimidad, profundizar un poco más. No era fotoperiodismo sino documental”, señala el autor, quien también considera ese acercamiento uno de tipo etnográfico. Eso le permitió que años más tarde, en 1994 y a propuesta del instituto, produjera un libro (Gente antigua) sobre “la oralidad de los ancianos”.
Lejos de lo dictado por un trabajo formal, logró hacer su primer proyecto autoral, personal, libre, pero “con una línea visual”.
Al obtener una beca para Jóvenes Creadores, en 1995 empezó también un proyecto sobre los gitanos en México, como una manera de encontrar el origen o la huella de su abuelo.
Fue una búsqueda y en ese momento no me di cuenta, pero estaba iniciando un proyecto de vida, uno que llevo ya 27 años y sigue ya con otro giro”, explica Armendáriz. Ese proyecto de vida y profesional, que lo condujo a Europa es el que presenta en la ciudad de Oaxaca, con una selección de imágenes en las que se propuso “desmitificar la imagen bohemia” y otros estereotipos que sobre los gitanos han “sido muy fomentados por el cine y la literatura”.
El autor cuenta que lo que busca mostrar es “el alma, la esencia real de los gitanos”, a través de ideas como la dualidad y la nobleza; la vulnerabilidad y la persecución de las que han sido objetos, o incluso la invisibilidad de sus condiciones. Para ello echó mano de retratos tomados en diferentes países donde hay comunidades gitanas y que para él son parte de “un viaje de vida”.
Reflexiones sobre el tránsito o nomadismo, las culturas, la fotografía son parte de la muestra que antes se ha presentado en sitios como el Museo Archivo de la Fotografía.
Desde el 10 de marzo y hasta los primeros días de mayo, Armendáriz comparte “La gente del viaje: gitanos sin fronteras”, en la ciudad de Oaxaca. El próximo 1 de abril, a la exposición se prevé sumar la presentación del libro Andar para existir, en el que el autor narra 22 años de su trayecto por diferentes comunidades gitanas que encontró en Rumania, Francia, Argentina, Chile, Colombia, entre otros.