Valeriano Jiménez Cruz es un joven de 27 años de edad que vio en las artes una manera de plasmar las leyendas que escuchaba de su abuela y que ahora es también una forma de vivir, de recrear su entorno y de experimentar en la gráfica o la pintura.
Originario de la Sierra Mixe, este oaxaqueño cuenta que su inquietud por las artes inició en la secundaria y cuando tocó el momento de estudiar alguna licenciatura emigró a la capital del estado. Como muchos jóvenes, Valeriano ha tenido que sortear los retos para ejercer su profesión.
Desde el jardín Antonia Labastida, conocido también como el jardín del arte, aprovecha para mostrar su obra y el proceso de esta, como lo suelen hacer varias de las y los artistas de sitio que se instalan los fines de semana en esta parte de la capital. Con una gubia va formando las líneas que más tarde darán forma a un animal o paisaje.
Las historias que contaba la abuela, en algún momento yo quería verlas plasmadas en imágenes. De ahí partió la inquietud de querer hacer de manera visual lo que me contaban, las historias, las leyendas”, explica.
Jiménez estudió la licenciatura en artes visuales en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, de donde egresó en 2019.
Ahorita hago más gráfica, pero me gusta experimentar con las demás técnicas: acuarelas, óleos, acrílicos, pero estoy más enfocado en la gráfica para trabajar con dos o tres placas para sacar los colores”.
Desarrollarse en las artes le ha permitido conocer que en el estado hay diversidad de manifestaciones artísticas, entre ellas la gráfica, la pintura, la escultura, la cerámica y otras disciplinas. Además de sitios en los cuales seguir la formación y mantener el contacto con el público.
Creo que hay espacios, desde los colectivos que han formado los compañeros, se pueden tomar muchos talleres en diferentes talleres, incluso el legado que dejó el maestro Francisco Toledo: el IAGO, el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, el CaSa. También el Centro Cultural San Pablo. Hay muchos espacios por ver y eso nutre y genera un vínculo más cercano con la sociedad”, relata mientras al jardín Labastida llegan visitantes nacionales y extranjeros para admirar las obras de él y otros compañeros e incluso para adquirir alguna pieza.
Desde su obra se observan representaciones de sus vivencias o anécdotas que se convierten “en algo universal cuando las mismas piezas entran en contacto con las personas, que al final las hacen suyas”.
Vivir del arte es resistencia
Como uno de los artistas de este jardín, Valeriano ve en este lugar una oportunidad de que tanto las personas estén en contacto directo con los artistas como el que él pueda compartir y mostrar su quehacer.
Pero vivir del arte cuando se ha repetido el dicho que no se puede vivir de ello es para este joven una posibilidad. “Sí se puede. La cuestión es la resistencia. Del arte no se vive como de otros oficios, el trabajo debe seguir si se vende o no la obra. Al final el trabajo te va dando pautas para crear más piezas o que se vendan en otros espacios, que quizá no te fue bien con una edición, pero más adelante se empieza a mover”.