En su aspecto externo, el concerto grosso es una forma musical auténticamente dialéctica, ya que su construcción supone la contraposición de dos elementos opuestos y bien diferenciados, pero complementarios al fin y al cabo. Por una parte, un pequeño grupo de instrumentos que realizan un trabajo colectivo de solistas, que se denomina concertino, y por la otra, un grupo mayor llamado ripieno, que por lo general está integrado por cuerdas y bajo continuo. En su interior, y al menos en los ejemplos más característicos de la forma, el concerto grosso es una de las muestras más acabadas de la forma fugada en la música barroca. La abundancia misma de obras concebidas en esta forma durante el barroco.
El 24 de marzo de 1721, Johann Sebastian Bach (1685-1750) dedicó seis “conciertos con varios instrumentos” al margrave Christian Ludwig de Brandenburgo. Bach los entregó obsequiosamente, escribiendo: “Me he tomado entonces la libertad, de acuerdo con las órdenes muy amables de Vuestra Alteza, de rendir mi más humilde deber a Vuestra Alteza Real con los presentes conciertos, que he adaptado a varios instrumentos; rogando a Vuestra Alteza humildemente que no juzgue su imperfección con el rigor del fino y delicado gusto que todo el mundo sabe que Vuestra Alteza tiene por las piezas musicales; sino que deduzca de ellos en benigna consideración el profundo respeto y la más humilde obediencia que trato de mostrar a Vuestra Alteza con ello”.
Los Conciertos de Brandenburgo de Bach, son uno de los ejemplos más perfectos del concierto barroco que tenemos hoy en día. Pocas obras en la historia de la música se comparan con su incansable invención, su colorida instrumentación, y las tremendas demandas que hacen a los intérpretes.
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El Tercer Concierto, para nueve cuerdas solas (tres de violines, violas y violonchelos cada una) y continuo, se abre majestuosamente, con los solistas agrupados por instrumento (los violines tocan una figura, las violas otra y los violonchelos una tercera). A medida que el movimiento avanza, estas divisiones se mantienen en su mayor parte, aunque hay momentos de independencia para cada uno de los solistas. El movimiento de cierre, un allegro vigoroso, sigue el patrón de la apertura, con los nueve músicos divididos de nuevo por instrumento. Los dos movimientos exteriores están separados por una cadencia de adagio de dos notas, durante la cual Bach pretendía que los músicos improvisaran un enlace entre las dos secciones del concierto.
En el Tercer Concierto desaparecen los alientos; tres violines, tres violas y tres violoncellos llevan las partes principales de la obra. En este concierto, Bach plantea la interacción homogénea entre los tres sub-grupos de cuerdas, y retoma la escritura antifonal del primero de los conciertos, añadiendo además ciertos elementos de construcción que apuntan veladamente hacia un rondó.
El segundo movimiento de este concierto, en contraste con los demás de la serie, consta solamente de dos compases en Adagio, a manera de puente, como final de lo que sin duda debió ser un episodio de improvisación a cargo de los músicos. A falta de tal improvisación, la inclusión de estos dos compases puede parecer redundante; es por ello que hoy en día, en interpretaciones de concierto y grabaciones, suelen tomarse tres caminos alternativos, a juicio de los intérpretes.
El primero es tocar esos compases tal y como Bach los escribió. El segundo consiste en omitirlos totalmente. Y el tercero, quizá el más interesante y al mismo tiempo el más difícil, es el de permitir a los solistas desarrollar un episodio de improvisación controlada para finalizar con los compases originales de Bach y atacar el tercer movimiento.
Mtro. Mario L. Palacios C.
Corresponsalía Ing. Alberto Bustamante Vasconcelos